La pesadilla que desató una pestaña postiza

Verónica conoció a su futuro esposo por internet, viajo a Egipto para casarse, pero después de un tiempo fue víctima de abusos y maltratos, no fue un sueño fue una pesadilla

La pesadilla que desató una pestaña postiza. Foto: Colprensa

Autor: Daniel Chávarro Ramírez

Verónica creyó haber encontrado su propio cuento de hadas, conoció a un hombre de procedencia musulmana-egipcia por internet y a los cuatro meses los planes de boda ya estaban sobre la mesa. Todo parecía indicar una historia con final feliz, pero esta se vio interrumpida por las pequeñas letras del contrato que no alcanzó a leer y el “vivieron felices para siempre”

Hoy en día no es novedad escuchar historias sobre cómo desde el internet y sus tantísimas ventajas surgen relaciones estables, felices y duraderas. Sin embargo, para Verónica, ese clic que la conectó con su todavía esposo se convirtió en un hilo rojo que, hasta el sol de hoy, aún la atormenta.

Fue en febrero de 2019 cuando todo empezó, ambos se conocieron a través de la web y desde entonces, surgió el flechazo. La chispa se consolidó cuando este la invitó a El Cairo, –lugar donde reside- a los pocos meses de solo intercambiar textos, llamadas y videollamadas. Allí se hizo la presentación formal, conoció a toda su familia y todo parecía indicar que había encontrado a el hombre ideal. En mayo de ese mismo año, Verónica volvió para quedarse en el lugar que se convertiría más tarde en su propia cárcel.

Período de prueba

El primer mes lo vivió con la madre de su pareja, en un edificio familiar. Esto porque la religión no permite que la pareja sentimental viva bajo el mismo techo que el hombre, a menos de que ya estén casados. La conducta prematrimonial del islam es cosa seria, en extremo, si lo situamos a la cultura de nuestro país.

En menos de un mes ya estaban casados y, siguiendo las normas de la religión en donde se encontraban, finalmente se fueron a vivir juntos. Sharm el-Sheij, fue el sitio elegido para pasar la luna de miel, allí pasaron diez días abrazados por el sol, el mar y la ilusión de un futuro juntos. Irónicamente, fue precisamente allí en la ciudad egipcia de la paz, donde se dio la primera señal de alerta. El motivo: una pestaña postiza, los resultados: insultos, restricciones y una larga lista de sumisiones y abusos. Verónica confundió el miedo con el amor y empezó a renunciar a su libertad, desde actos mínimos como no maquillarse hasta ordenes absurdas como no poder moverse o hablar con los demás.

Si bien el islam considera el matrimonio como una sociedad entre dos personas, mediante la cual pueden obtener el agrado de Dios a través de cosas básicas como la cooperación mutua, la confianza y el respeto; estaba claro que para su esposo estas palabras no estaban en su diccionario de vida. Situándonos en el Corán, en un apartado dedicado a la mujer, se menciona la obediencia que estas deben tener hacia su compañero. Lejos de esa cooperación mutua y de una clara desigualdad hacia el género femenino, Verónica decidió acoplarse a los gustos de su marido y acomodarse a una cultura retrasada en términos de libertad y autoridad.

De mal en peor

Las curas que usó Verónica para esconder sus heridas físicas y emocionales no sirvieron de nada, pues los abusos y humillaciones eran cada vez más frecuentes y duros. Tal vez el episodio más irracional fue cuando la dejó sin comer durante todo un día o cuando no la dejaba ir al baño sola, o quizá cuando este llamaba a su padre con el único fin de insultarla, usando falacias en su contra. Hay todo un catálogo para escoger.

La palabra divorcio es tal vez la más temida entre dos que ya han decidido acompañarse por el resto de sus vidas. Para Verónica esto podía ser la salida más eficaz para una vida desgraciada, por otro lado, para él, esto resultaba una humillación dentro de su núcleo familiar y su religión. Fue justo después de mencionarlo cuando todos pudieron evidenciar el calvario que ella vivía todos los días. En el mismo edificio familiar en el cual residían su madre, sus hermanos, cuñadas y sobrinos, este, una vez más, no pudo controlar su ira y arremetió contra ella como habito natural. La golpeó y la arrastró desde el último piso hasta que uno de sus hermanos insistió en que parara.

Sostener lo insostenible

En aquel altercado todo preocupaba menos ella. Para él y su familia el divorcio no era una solución y mucho menos si solo llevaban un mes. Tanto fue el descaro, que luego de presenciar esa situación de horror, lo único que se les ocurrió fue ejercer presión para convencerla de que se quedara, de que aquel amor desgastado y pisoteado podría surgir de nuevo si ambos le daban otra oportunidad. Y así fue.

La marea bajó por aproximadamente un mes, la convivencia parecía haber mejorado y el temperamento de su esposo había llegado a un punto armónico. En un intento de querer complacer a su esposo, –y de paso a su cultura- Verónica empezó a preparar comida egipcia, lo que recibió a cambio no fue nuevo. Una vez más y esta vez sin sorpresa, el abuso y los insultos volvieron.

Verónica estaba completamente sola. No por tener a su padres y amigos al otro lado del mundo; sino porque todos conocían su situación y, aun así, hacían caso omiso. Lo confirmó en un encuentro casual con una de sus cuñadas, donde ella, angustiada y desesperada por salvar su matrimonio, le confío lo que sentía y la respuesta fue simple y apática: “tranquilízate, ora y trata con él”.

El tiempo pasaba y la situación no presentaba ninguna mejora. En una de tantas discusiones, ella amenazó con llamar a la policía y poner fin a sus malos tratos. Lo que ella no pensó fue que esto jugaría en su contra, pues fue cuestión de segundos para que él pusiera más fuerza en sus golpizas y terminara reventándole parte de un ojo. Entre suplicas y miedo, este se detuvo solo para decirle que el hombre era él y que, por lo tanto, ella debía obedecer al pie de la letra, sin saltarse ni una coma. Luego, mágicamente, y al verla en tal mal estado, empezó a llorar y a preguntarse si él había cometido semejante barbaridad. Con cinismo, simplemente empezó a orar.

Entre la espada y la pared

Sus padres eran los únicos que mantenían contacto con ella, pues entre tanta posesión y celos, el esposo de Verónica le limitó la comunicación con todos sus amigos y conocidos. Sin embargo y como era de esperarse, ella decidió callarse más sus problemas frente a ellos porque entre tantas emociones y conflictos, su padre sufrió un infarto. Otra señal de pare que pasó desapercibida.  Así continuaron las cosas, ella bajo la sumisión para evitar que este la desconectara del todo con sus papás. El único rayo de luz en su vida.

Verónica y su esposo tenían planeado un viaje a Colombia desde hace ya algún tiempo. Una vez allí, el matrimonio que ella tanto soñó salió a flote. Él: un personaje totalmente diferente, el hombre ideal que en un principio prometía todo. Ella: anonadada y confundida por el papel que este estaba haciendo. Aunque la actitud y el comportamiento de él en tierra colombiana representaba un descanso emocional, traumada por tantos reproches y reglas, el nerviosismo se apoderó de ella, pues no dejaba de pensar si se estaba comportando “bien” frente a él, si sus actitudes, gestos y palabras no iban a ser un detonante para que él se descontrolara.

El retorno

De vuelta en El Cairo, y sabiendo que ese no era su lugar, Verónica empezó a pensar sobre cómo poder escapar. Aunque eso significara seguir bajo los mandos de su esposo, el plan incluía seguir siendo aquella mujer sumisa, aprender el alfabeto árabe y el Corán. El trato acordado era que una vez ella aprendiera sobre el libro sagrado y a escribir en árabe, pasaría sus conocimientos a su futuro hijo y podrían ir a Colombia, esta vez para siempre. Sus ganas de salir de allí la motivaron a aprender lo básico en tan solo dos semanas.

Todo cobró más fuerza cuando en una videollamada con su padre, fuera de sí, su esposo empezó a insultarla y a golpearla hasta el punto de arrojar un plato al celular. Fue en este momento cuando su padre pensó lo que cualquier lector diría en los primeros párrafos de esta historia: hay que sacarla de allí.

En una reunión con amigos, ella pudo contar su historia a una de las colegas de su esposo. Ella, dándole la razón y toda la empatía que nunca había recibido, le dijo que solo era cuestión de que escogiera el día y la ayudaría a salir. Ese día más tarde, Verónica se hizo una prueba de embarazo que salió positiva. Él, al enterarse, entro en shock y procedieron a realizar los chequeos correspondientes. Aunque era muy temprano para que el feto pudiese ser visto en la ecografía, la médica confirmó su embarazo.

Una vez todos enterados, la presión sobre ella era mucho mayor. Vivía más vigilada y los malos tratos no cesaban. El venir a Colombia aún lo veía complicado y ella ya sabía que mientras estuviera en ese territorio, no era libre de poder hacer con su vida lo que quisiera.

Poco después de enterarse de su estado, su esposo volvió a golpearla sin importar que también haría daño al ser que se estaba gestando. Para él no importaba, ya que, “él podía tener miles de hijos más”. Este último episodio la dejó con fuertes cólicos que fueron completamente ignorados por quién, se supone, debería darle mayor prioridad. Siendo esto la gota que rebosó el vaso, le comunicó a su madre sus planes de volver. Retomó su plan de huida y con ayuda de una amiga en Palestina, se contactó con alguien que ayudaba a mujeres en situaciones similares a las que ella estaba viviendo, porque sí, esto es algo común allá y acá.

Su intención era poder salir el 31 de diciembre, ya que, este trabajaba en esa fecha y sería más fácil pasar desapercibida. Teniendo en cuenta que vivían en un edificio familiar, donde las puertas siempre estaban abiertas, debía ser cuidadosa e ingeniárselas para no levantar sospecha alguna. Así llegó a la conclusión de que podía salir de su hogar con la excusa de botar la basura.

Verónica ya tenía listo su pasaporte, las llaves de la casa, dinero y lo más importante, todo el valor reunido que merecía luego de haber aguantado lo que nunca tuvo que dejar pasar. Con las manijas del reloj a su favor, decidió llevar a cabo su salida en tiempo de oración, por ende, todos los que allí residían estaban dentro de casa, rezándole a un dios errado que, según ellos, les permitía tratar a una mujer como cualquier cosa.

Con la adrenalina a tope y disfrazada, salió corriendo, tomó un taxi y se reunió con la persona, que quizá, le salvó la vida. Con el último vuelo en mano, se dirigió de inmediato a su país, aquel que nunca debió dejar.

Ya en su verdadero hogar, el hostigamiento no terminó. Honrando su cobardía, por medio de la empresa en donde trabaja – Vodafone –  los mensajes de textos eran infinitos, ahora no solo la acosaba a ella, sino también a sus padres y amigos. Como costumbre, escondido bajo su religión, recitaba citas y pedía que Allah les diera lo que según él se merecían.

Ella pensó que una vez en Colombia, la pesadilla terminaría, pero luego de meses de malos e injustos tratos, llegaron las consecuencias: un trauma en la cadera y un aborto involuntario. Como si esto no bastara, él decidió darle el divorcio únicamente bajo la condición de prostitución, actividad considerada como delito en el islam. Además de culparla por la muerte del feto, las llamadas y los mensajes no paraban de hacer ruido en su día a día.

Han sido tales los alcances de este hombre, que en menos de 24 horas ya sabía cómo había logrado irse, qué escalas tomó, a qué hora fue el vuelo, cómo lo compró e incluso supo dar con la clínica en donde le confirmaron el aborto que sufrió a manos de él.

Ahora el problema se centra en el divorcio. Para poder llegar a un acuerdo y terminar con este amor roto, Verónica tendría que volver al sitio del horror a esperar el fallo de un juez y en donde su esposo podría contemplar una restricción de salida y volverla a encerrar en aquel laberinto. Su miedo es que sabe absolutamente todo de ella y es capaz de cualquier cosa, hasta de matarla, como tantas veces se lo hizo saber.

Intentando por todos los medios, ha buscado alguna opción para no volver a pisar territorio egipcio, pues sabe perfectamente que una vez allí puede que esta vez no corra con tanta suerte y su esposo logre finalmente callarla de un golpe.

Como en casi todas las historias de abuso hacia las mujeres, son pocas las garantías que se brindan a favor de ellas. Verónica dejó constancia de lo sucedido en la embajada de Colombia en El Cairo, puesto que, allí fue donde se registró el matrimonio. Para una historia que exige todo tipo de respaldo, lo único que hicieron fue tomar los datos del agresor, uno más del montón que creen tener poder sobre ellas porque como Verónica, hay miles mujeres en situación de maltrato y vulnerabilidad.

 

*No se menciona el nombre del agresor ni se da el nombre original de la víctima por temas de seguridad.