El grito de los chavalos
Amaya Eva Coppens cuenta su historia un día antes de ser capturada por la Policía de Nicaragua.
El próximo 31 de octubre Amaya Eva Coppens cumple 25 años de edad y aún no sabe si para ese día será capturada por las fuerzas militares nicaragüenses.
Tampoco si lo hará el Frente Sandinista de Liberación Nacional o los paramilitares que, con lista en mano, buscan su captura junto a otros manifestantes que salen a las calles de Nicaragua a exigir el cese de la represión por parte del gobierno de Daniel Ortega.
Todo comenzó el pasado 18 de abril, cuando presidente Ortega decidió, unilateralmente y sin consenso, reformar la seguridad social con una serie de medidas impopulares que avivaron las brasas que se mantenían latentes desde tiempo atrás y que esta vez provocaron el gran incendio, un fuego que no ahogan ni los cañones militares.
Fue tanta la presión de los manifestantes que la reforma fue revocada por el mismo presidente y detonó una ola de violencia aun peor.
Pese a que se dio apertura a una mesa de diálogo para lograr el equilibrio entre ambas partes, Ortega seguía culpando a la iglesia por apoyar un golpe de estado contra su gobierno alejando así la posibilidad de lograr la paz en las calles.
Han pasado cinco meses desde ese momento. Cada día se forman plantones y marchas en la ciudad de León una de las más azotadas por la violencia en Nicaragua. Formando barricadas en zonas estratégicas de la ciudad, atacadas por la policía, con morteros chibolas o lanza balines los manifestantes buscan defender lo indefendible.
Buscan lograr salir del caos que ha generado las medidas de su propio presidente quien a diferencia de lo que ocurre hoy, hace un par de décadas se enfrentaba a la dictadura de la familia Somoza, para defender los derechos humanos de todo un pueblo. Pueblo que hoy se alza en su contra.
Al menos 481 personas han muerto en Nicaragua como consecuencia de la represión del gobierno de Daniel Ortega, según el último informe de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos.
La mayoría de estos muertos son manifestantes, estudiantes que han dedicado cada minuto de su día a exigir entre otros derechos una oportunidad para continuar sus estudios.
En las noches, después de las manifestaciones viene el dolor de las familias que perdieron a sus seres queridos en el día. El sonido se esfuma y queda sólo el retumbar de los tambores y los llantos de las madres de quienes se fueron y de los que se quedaron piden liberar a los presos y encontrar a los desaparecidos.
A pesar de que su familia hoy está destruida, de que sus hermanos se dividieron al huir por las amenazas frecuentes del régimen, Amaya ha decido continuar la lucha. Una batalla cada vez más difícil por las constantes amenazas en su contra y con la limitación de, incluso, salir a la calle. Pero hay una esperanza que aún la mantiene en pie: la de volver a vivir los días felices y en paz de su niñez que algún día tuvo junto a sus seres queridos.
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