Tendencias

Lenny Kravitz se saltó el código de vestimenta en la Ópera de París

El roquero enfadó a varios miembros del público al comerse una chocolatina durante el espectáculo.

Lenny Kravitz . Foto: Bang Media

El roquero se saltó completamente el código de vestimenta, presentándose en el Palais Garnier con unos pantalones de cuero y gafas de sol, y enfadó a varios miembros del público al comerse una chocolatina durante el espectáculo.

Aunque por norma general Lenny Kravitz logra salirse con la suya allá donde va, gracias a su estatus de estrella del rock, todavía hay a quien su fama no le impresiona lo más mínimo. Y para su desgracia, el pasado jueves se encontró con una de esas personas en la inauguración de la Ópera de París.

Según informa Page Six, la velada comenzó ya con mal pie para el músico, que se encuentra en la capital francesa grabando su nuevo disco, ya que acudió directamente al Palais Garnier desde el estudio de grabación, con un atuendo que no se ajustaba al estricto código de vestimenta que exigía la cita: unos pantalones de cuero negros, unas galas de sol y una camisa de lunares desabrochada más allá de lo socialmente aceptable.

Cuando las luces se apagaron para dar comienzo a la actuación, Kravitz tuvo la brillante idea de sacar una chocolatina y comenzar a comérsela para estupor del resto de espectadores que le rodeaban. Uno de ellos en concreto, a quien el portal de noticias identifica como un hombre muy poderoso e importante, no dudó en plantarle cara para exigirle hasta en dos ocasiones que dejara de hacer ruido. A la segunda advertencia, el intérprete se levantó de su asiento y se encaró con él, sin importarle que una de las mujeres que también se encontraba presente tratara de advertirle que "no sabía con quién estaba tratando". Tras un tenso intercambio, que incluyó frases como "no me digas qué hacer" y "esto es Francia", el cantante abandonó el lugar, solo para regresar a los 15 minutos y presenciar el resto de la actuación.

Finalmente, la música consiguió obrar su magia y apaciguar los ánimos, tanto que al final de la noche el roquero y el hombre con quien había discutido fueron vistos abrazándose y disculpándose mutuamente antes de seguir caminos separados.