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No hay cálculos exactos de víctimas de la guerra verde, se las llevó el río minero

Líderes, víctimas, la iglesia y jóvenes recordaron el valor de la palabra, después de 30 años de la firma del pacto por la paz en el occidente de Boyacá.

No hay cálculos exactos de víctimas de la guerra verde, se las llevó el río minero

No hay cálculos exactos de víctimas de la guerra verde, se las llevó el río minero

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Pauna es uno de los municipios que fue epicentro de confrontaciones por el negocio de las esmeraldas, ahora el panorama es diferente. Foto: La W

“Nosotros mismos hicimos la guerra, nosotros mismos hicimos la paz. Lo más bonito de este proceso fue que se construyó a la medida de las comunidades”, dice Carol García Pineda, directora del programa Desarrollo y Paz del Occidente de Boyacá, al recordar que familias han perdonado a sus victimarios.

Los bloques en contienda estaban divididos en Coscuez, Maripí, Briceño y una parte de Pauna y del otro lado Santa Bárbara, Otanche, San Pablo de Borbur, Quípama y el otro sector de Pauna.

García Pineda recuerda que antes del proceso la zona fue marcada por muchas muertes, el no poder transitar de un municipio a otro. “Donde tú nacías, ahí te quedabas. No era permitida la movilización a altas horas de la noche, ni tampoco de niños ni de mujeres”.

Para monseñor Luis Felipe Sánchez, obispo de la diócesis de Chiquinquirá el mayor testigo de la barbarie de aquella guerra, en donde también incluyo, cultivos de coca, está escondida en la profundidad de la selva.

“No hay cálculos exactos, porque esas víctimas se las llevó el río minero, pero un promedio de todo este trasegar de la guerra desde 1960 hasta 1990 hay un cálculo de 5.000 muertos, lo que significó dejar a muchos niños huérfanos”, dijo el prelado.

Jonatan Sánchez ex director de la asociación de paz del occidente de Boyacá y actual diputado de la Asamblea, recuerda un conflicto con muchas víctimas, desolación y gente que se fue. “El conflicto se originó porque entre municipios, querían participar de la explotación de la minería de esmeraldas”.

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La gente y las familias poderosas se cansaron de la guerra, de ver muertos por todas partes y buscaron el diálogo. Ante la ausencia del Estado, la iglesia convocó a los actores del conflicto y se firmó el 12 de julio de 1990 lo que se llamó el pacto por la paz.

“Lo más difícil fue el cambio de la mentalidad de la gente. El estar apegados al dinero. El seguir disputándose por los yacimientos mineros y el deseo desmedido del dinero”, cuenta monseñor.

Narra Carol García Pineda, en su momento, se llegó a la conformación de comités de paz en los municipios, y eran liderados por los sacerdotes que estaban en cada uno de esos territorios.

Cuenta el obispo de Chiquinquirá, la Iglesia desde la firma mantiene el acompañamiento y trabajo en procesos de reconciliación, paz y perdón.

“Hay familias que sean perdonado por las agresiones, pero no se han establecido mecanismos de reparación ni de resignificación”, dice García Pineda.

Por su parte, los jóvenes reconstruyen memoria histórica en el occidente Boyacá, de la mano de todas las entidades con universidades del Rosario, Santo Tomás, Universidad Nacional Abierta y a Distancia, con las misma JEP, pero procurando reconstruirla sin presionar a las víctimas ni a los victimarios.

“Estamos tratando de que la gente lo haga; desde lo que sienta, desde la capacidad que ellos digan: quiero contar esto o simplemente no quiero contar nada de la guerra del occidente de Boyacá porque les hace mucho daño”, explica Willy Vargas, cofundador colectivo de jóvenes del occidente de Boyacá.

Sin embargo, Jonatan Sánchez dice hace falta mucho para tener un proceso de memoria histórica de las víctimas del conflicto del occidente y para ellos se debe buscar respaldo desde organizaciones como la ONU. “Ellos nos podrían ayudar a construir esa memoria”.

La dinámica del conflicto se redujo, salvó algunos brotes de violencia, Jonatan Sánchez, dice que no tienen nada que ver con el proceso de hace 30 años si no todo obedece a otras aristas, de personas, vinculadas a actos de ilegalidad, que han querido metérsela economía de las esmeraldas.

Con el tiempo el occidente de Boyacá se transformó con otras oportunidades económicas, pues varios municipios son pioneros en cacao y están exportando hacia Europa.

También se ha avanzado en turismo ecológico, pues además del clima es cálido, La Serranía de las Quinchas es un parque regional, da oxígeno a toda esa región y es uno de los atractivos que resaltan.

A propósito, el representante de la ONU contra la Droga y el Delito, Pierre Lapaque, destacó el proceso de paz y la reducción de cultivos ilícitos.

Según Lapaque las cifras en la erradicación de los cultivos ilícitos son muy alentadores, después de registrar 594 hectáreas de coca en el año 2003 en Boyacá, se ha mostrado una reducción sostenida que alcanza un mínimo histórico en 2019 con 4.24 hectáreas.

Desde la catedral primada en Bogotá, donde se recordó los 30 años del proceso de paz y la coronación de la virgen de Chiquinquirá se anunciaron eventos para este fin de semana, por parte del gobernador de Boyacá, Ramiro Barragán.

“Este fin de semana van realizar varios eventos en el occidente de Boyacá. Vamos a estar acompañando a los alcaldes, la Iglesia Católica y a las autoridades militares en un lugar donde la paz se ha vuelto indestructible”, dijo.

La paz, dicen muchos, prevalece, sin embargo, hace falta desarrollo en medio de grandes multinacionales que han llegado a la zona por el tesoro verde.

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