Los recuerdos tormentosos que invaden a Ana

Ana ha dejado sus pasos en diferentes municipios de Colombia y en cada uno tiene una historia que contar.

Ana vive en El Recuerdo sur, en la parte alta de Ciudad Bolívar. Un lugar sombrío con problemas de seguridad, rivalidad e infraestructura. Foto: Getty Images

Ana vive en El Recuerdo sur, en la parte alta de Ciudad Bolívar. Un lugar sombrío con problemas de seguridad, rivalidad e infraestructura. Foto: Getty Images(Thot)

Autor: Daniel Chávarro Ramírez

    Ana ha dejado sus pasos en diferentes municipios de Colombia y en cada uno tiene una historia que contar. Ha sufrido más de la mitad de su vida, desde maltratos psicológicos y físicos, hasta desplazamientos forzados y diferentes tipos de humillaciones. Sin embargo, su fe, su esperanza y lo más importante, sus hijos, no le han permitido abandonarse. Esta es una historia que se cuenta desde el inicio hasta estancarse en un nudo que parece no tener final.

     Reside en el barrio El Recuerdo sur, ubicado en Bogotá, más específicamente en la parte alta de Ciudad Bolívar. Un lugar sombrío con problemas de seguridad, rivalidad e infraestructura. Vive junto a sus dos hijos y su madre, quienes padecen de graves problemas de salud, pero sin importar eso, ella trata de darles la mejor vida posible a base de esfuerzos y perseverancia. Hoy en día, por cuestiones de tiempo y debido a la crisis laboral que se vive en el país, trabaja como recicladora en los momentos que puede ausentarse de su hogar.

     Hace unos años, Ana conoció a el primer hombre que le complicaría la vida, a quien le entregó parte de sus años y un pedazo de su corazón. Juntos tuvieron dos hijos, sin saber que más tarde uno de ellos sería la excusa cobarde de su separación. La vida, en medio de sus tantas bofetadas, los expuso a un reto donde el amor debió prevalecer. Ella no contaba con que se encontraba sola en un puente que debía sostenerse de ambos lados: Un extremo era el de su hijo que nació con problemas de discapacidad y el otro era seguir con el falso amor que este le profesaba. El puente indudablemente cayó por el lado más frágil, pues, Ana decidió resguardarse en el amor de madre, mientras que el otro decidió abandonar, llevándose a su hija.

     Ana, inició una nueva vida trabajando en una casa de familia, lejos de sus hijos, pero sabiendo que el sacrificio valía la pena para poder juntarse de nuevo. La tranquilidad no cedía, pues cada vez que se comunicaba con sus familiares para saber el estado de su pequeño, las noticias no eran alentadoras, la retórica de siempre decía que este padecía de problemas graves de salud, por lo que ella debía hacerse cargo personalmente para brindarle la atención necesaria que requería el menor. Entre permisos a sus jefes y el amor maternal, logró estabilizarse económicamente y decidió traerse a su hijo con ella.

     Con el recuerdo de su hija pequeña y la espina que su ausencia significaba, Ana, un día cualquiera, pidió permiso para ir a visitarla. Confirmando su intuición de madre, y siguiendo la cadena de malas noticias, una vez allí, le manifestaron que lo mejor que podía hacer por ambas era que se la llevara, pues la pareja del que fue su compañero la maltrataba física y psicológicamente, poniéndola a realizar actividades denigrantes que jamás le hubiese puesto a hacer Ana. Y así fue, contra todo pronóstico, decidió llevársela. 

 

SEGUNDO CAPÍTULO

     Pasando la página de ese desafortunado capítulo, Ana nunca desistió el pretender seguir con una vida normal, siguió trabajando constantemente para poder sacar a su familia adelante, sin peros ni señales de pare. En sus recesos de medio día, empezó a conocer a un hombre apuesto y atento con ella; compartían los mismos gustos, entre ellos y más intenso, el amor por la vida en el campo.    

     En medio de las risas, charlas y bromas, Ana terminó enamorándose nuevamente del que creía sería su “príncipe” azul. Entre una de esas tantas conversaciones le comentó que tenía dos hijos, los cuales eran su adoración y por nada del mundo se apartaría nuevamente de ellos, así que, si él decidía estar con ella, debía aceptarla con ellos, algo que aceptó sin ningún reproche. Como el gusto por el campo era tan insistente y las ganas de laborar también, decidieron empezar una nueva vida. Él era, por fin, la pareja que Ana en algún momento soñó. Emprendieron a Santander, allí parecía que todo saldría bien, siguiendo el concepto de la familia feliz, dieron la bienvenida a dos hijos, este último con problemas de salud.

     La vida nómada los perseguía. Pasaron por Santander donde duraron tres años, posteriormente, pasaron seis meses en Guatavita, donde fueron amenazados y desplazados por la guerrilla en una madrugada. El período frío continuó en Bogotá, mientras volvían a buscar la finca en donde vivir. Así iban marcando en el mapa lugares como Suárez en el Tolima, donde vivieron ocho meses de forma independiente, laborando como cuidanderos y rebuscando el sustento diario, hasta que nuevamente el conflicto tocó sus puertas y fueron sacados a la fuerza en una de esas noches. Sin embargo, esta vez, la suerte les prestó una sonrisa tímida y afortunadamente una de sus vecinas les abrió las puertas de su finca y los dejó resguardarse en el lugar que ocupaban las gallinas, allí duraron cuatro meses y partieron hacia Saldaña donde duraron año y medio, aquí tampoco el conflicto armado les daba tregua.

     Tirando nuevamente los dados, se dirigieron a Puerto López, encontrando que su patrón era en realidad una persona atormentada por hechos traumáticos y que descargaba esos miedos con ambos. Ana rememora un episodio donde se atrevió a apuntarles con una escopeta, mientras este los amenazaba. Como sacando un seis en todos los turnos, con una especie de suerte maldita, decidieron marcharse por el bien de ellos y de sus hijos.

     El turno era otra vez de Bogotá, allí se quedaron en casa de la abuela de los hijos mientras volvían a conseguir empleo. Pasados los meses, lograron irse para Fortalecillas, Huila. Allí se ubicaron durante tres años, sus hijos entraron a la escuela y todo parecía indicar que esta era el sitio elegido. En la finca realizaban lo que más disfrutaban que era cuidar y criar a los animales, con el plus de que la dueña de la finca les brindaba la confianza para que hicieran las cosas que les beneficiara tanto a ellos como al mismo terreno. Desafortunadamente, la violencia en el país no acabó y junto a ello se vieron perjudicados la familia de Ana y ella; volvieron a sufrir las amenazas, pero esta vez de forma presente. Una tarde llegaron encapuchados a advertirles que debían marcharse de ahí, debían “volar”. Cansados de tanto andar, pero eligiendo su paz, partieron nuevamente. 

     Ya dándose por vencida, con las energías en el suelo y dejando atrás su anhelo, Ana decidió que la vida en el campo definitivamente no era para ellos. Una vez en la ciudad y como un respiro de aire fresco, su suegra logró conseguirle un trabajo estable como ama de casa. Pero como una elegía para nosotros y algo cotidiano en su vida, Ana recibió la noticia de que su hijo “Joselito” se había marchado de la casa y se desconocía su paradero, lo cual la obligó a dejar su trabajo tirado e ir a su búsqueda. Con la descripción de cómo iba vestido: con botas y sombrero, le comunicaron que estaba en custodia del ICBF. Alargando su preocupación, le confió su historia a una de las funcionarias, quien le aconsejó declarar todos los actos de desplazamiento que vivenció.

     Meses después empezó a notar un cambio radical en la persona con la que había convivido por tantos años, su pareja empezó a descuidar a su familia. Este de dedicaba a beber, no respondía con sus obligaciones de padre y marido. Viendo las banderas rojas de alerta, Ana decidió cortar la relación y ver cómo la persona por la que apostó durante tanto tiempo, se alejó sin más, dejándola por otra mujer y abandonando su hogar de cinco.

 

TERCER MATRIMONIO

     Apostándole nuevamente al amor y creyendo en que la tercera es la vencida, conoció en templo de Dios a su última pareja con la que convivió tres buenos años, pero una vez más el príncipe azul se convirtió en sapo. Los conflictos, los maltratos y los insultos convirtieron esa relación en su mayor error.

     Al inicio, como toda relación, las cosas eran rosas, no existían más escalas de colores. Él se mostraba incondicional no solo para ella sino para su madre y sus hijos también. Este último se fue convirtiendo de a poco en su paño de lágrimas, sin sospechar que se convertiría en el motivo de ellas. Al finalizar la relación, su expareja reconstruyó la parte trasera de la casa para hacerse un lugar “independiente” y llegar a convertirse – como ella misma lo llama – en un “rufián”, pues empezó a mostrar sus verdaderos colores. Como venganza hacia ella empezó a tomar represalias por medio de la casa que ambos construyeron juntos, a quitarle partes de ella, desbaratándola, cortándole los servicios básicos como la energía y el agua e incluso a llevar a su nueva pareja. Empezaba a hacer de su vida lo que le sigue a un infierno.

     Ana, víctima de la vida y de las apariencias, trataba de enfrentarlo por los comportamientos aberrantes que cometía en su contra, obteniendo a cambio silencio cobarde y más acciones denigrantes, dejando así a los que alguna vez fueron su hogar en las ruinas de su egoísmo y rencor.

     Siendo así, su vida se transformó en un espiral, llegando a causar en ella deseos constantes de acabar con su vida y el sufrimiento que esta tanto le regalaba. Sin embargo, y en medio de su desesperación por llegar nada más que hasta el fondo, los tantos intentos nunca dieron resultado. Como si un Dios que hace tiempo la había olvidado, por fin se aprendiera su nombre.

     Su antigua cuñada, testigo directo del esmero y la lucha permanente de Ana, le manifestó que le ayudaría con el “punto” de agua para que no tuviese que recorrer casa por casa llevando baldes de agua.

     Día a día, Ana sufre un calvario, su antigua pareja le hace la vida de “cuadritos”, razón por la cual le ha sido imposible acudir por los medicamentos de su hijo Joselito –quien presenta convulsiones constantemente-, el tener un rato agradable con su madre e hijos o al menos, sentarse afuera de su casa y despejar su mente por unos instantes.

     Temiendo por lo que pueda seguir sucediendo, los nervios y la angustia se han convertido en sus mejores amigos, sabiendo los alcances de aquella persona, no sabe de qué otra forma protegerse a ella y a los suyos. El termómetro del miedo sube a su punto máximo cada vez que las noches se asoman, pues es a esta hora donde las amenazas son vociferadas. Hoy en día el enfrentamiento sigue en pie. Él con sus actos maléficos y ella esperando que algún vestigio de lo que él fue se apiade de ella y de su humilde hogar.

     Para sorpresa de ella y de todos, siente y cree en Dios. Dice que la tiene para grandes cosas, tal vez, una de ellas es no desfallecer. Le ora día y noche, y espera ansiosa que dicte el rumbo de su vida, eso sí, con la esperanza de que esta vez se salga del camino y le dibuje uno mejor.

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